La importancia de ajustar nuestras expectativas a la realidad de nuestros hijos

La importancia de ajustar nuestras expectativas, a la realidad de nuestros hijos

Sin darnos cuenta muchas veces podemos volcar nuestras expectativas y frustraciones sobre nuestros hijos. Lo importante es tomar conciencia de lo que estamos haciendo para poder hacer algo al respecto. En Tejiendo Redes nunca ponemos en duda el amor de los padres hacia los hijos, nunca. Lo qué cuestionamos es cómo lo hacemos.

De manera automática intentamos que nuestros hijos sigan el buen camino (el que nosotros elegimos y por tanto creemos que es el bueno…), que sean buenas personas (la definición que nosotros damos de ser buenas personas…), que sean felices (felices según nuestro criterio de felicidad…), y así sucesivamente. ¿Qué pasa si nuestros hijos deciden no entrar en lo establecido por la sociedad? estudiar, encontrar un trabajo, labrarse un futuro, encontrar una pareja y/o formar una familia… un sin fin de expectativas que puede que nunca lleguen a cumplir porque son las nuestras, no las suyas. Y si… ¿su concepto de felicidad es vivir con el mínimo dinero posible viajando por el mundo, o embarcados en un barco de Greenpeace luchando contra los balleneros? ¿O ser agricultor en un pueblo semifantasma?… ¿qué nos pasaría a nosotros? ¿Cómo recibiríamos la noticia de lo que para él es importante y valioso en la vida, no coincide con nuestros criterios? Es posible que estas decisiones diferentes a lo que esperábamos inicialmente puedan ser difíciles de aceptar, pero debemos tener cuidado de no cargar nuestras expectativas sobre nuestros hijos. Al final, lo importante es darles la libertad de encontrar su propio camino y ser felices a su manera.

Esto es hablar a lo grande: del futuro, de la felicidad, etc. Pero… ¿y en nuestro día a día mientras nuestros hijos son pequeños? Probablemente esperamos que saquen unas notas determinadas en el colegio, que hagan sus deberes escolares, sus tareas domésticas asignadas, que sean ordenados, educados, cordiales, cariñosos, sensatos, comunicativos, responsables… y así podríamos hacer una lista interminable y que además de todo esto, lo fuesen o hicieran sin rechistar, a la primera y sin tener que repetirles las cosas 500 veces.

Aquí aparecen las frustraciones, cuando nuestros hijos no cumplen aquello que nosotros esperábamos de ellos. Y encima, les hacemos saber, consciente o inconscientemente, con lenguaje verbal o no verbal, que estamos decepcionados… mejor dicho, ¡¡que ellos nos han decepcionado!! Y es aquí cuando el daño que hacemos al niño es enorme porque tanto los niños como nosotros lo que más deseamos es que nos quieran tal y como somos.

Está bien que les tratemos de inculcar nuestros valores, lo que para nosotros significa ser una buena persona y ser feliz, pero sin exigencias, sin tratar de hacer calcos de nosotros mismos o de lo que nos hubiese gustado haber sido, sin imposiciones de lo que nosotros creemos que está bien o mal… Sobre todo, teniendo en cuenta que la educación es una tarea del día a día, y deberíamos tener las metas puestas en el largo plazo. También tenemos que tener muy en cuenta la etapa madurativa en la que nuestro hijo se encuentra, porque cada niño es diferente, con necesidades diferentes. Es importante que nos miremos al espejo una vez más, para darnos cuenta del ejemplo que les damos a nuestros hijos a lo largo de toda nuestra vida, porque la buena y la mala noticia, es que como decía Einstein: “El ejemplo no es otra manera de enseñar, es la única”.

Almudena Campo & Vanessa Bertomeu
Tejiendo Redes

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